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El fin del gobierno Milei: el 7 de septiembre marcó el traspaso de poder detrás del telón

  • Foto del escritor: elojodesanmartin
    elojodesanmartin
  • 6 oct
  • 3 Min. de lectura

Por Juan Pablo Capriotti – Técnico Universitario en Administración Pública


El 7 de septiembre de 2025 no fue simplemente otra elección legislativa en Buenos Aires: fue la fecha en que el gobierno de Javier Milei dejó de tener margen político real para operar con autonomía. Su derrota en la provincia más poblada y decisiva significó la pérdida de la legitimidad parlamentaria y electoral necesaria para imponer su agenda tal como la venía proponiendo.

A partir de ese día, lo que estamos viviendo ya no es un gobierno caprichoso con poderes plenipotenciarios, sino un liderazgo que resiste urgencias financieras y presiones externas. Estados Unidos ocupa, hoy por hoy, el papel del arnés invisible que sostiene al gobierno —no como auditor externo, sino como actor decisivo tras bambalinas—. Las negociaciones por un swap de moneda, las líneas de crédito, y la necesidad imperiosa de financiamiento externo hablan de una especie de tutela funcional: no es que “el gobierno esté intervenido”, pero sí que una parte clave de sus decisiones depende directamente de lo que Washington apruebe, condicionamientos financieros mediante.

En este marco, cobran especial relevancia las declaraciones del embajador estadounidense designado Peter Lamelas, quien ante el Senado de EE.UU. afirmó que su misión en Argentina incluiría “asegurar que Cristina Kirchner reciba la justicia que bien merece”, acusarla de encubrimiento en la causa AMIA y «vigilar» las negociaciones provinciales con China. Estas expresiones, de corte abiertamente interventor y con ecos de tutelaje colonial, no son simples opiniones diplomáticas: son señales de que el poder real que puede determinar el destino político argentino ya no está en Buenos Aires, sino en los despachos que ejercen injerencia directa. Cristina Kirchner respondió desde su arresto domiciliario con dureza, llamando a Lamelas “Mr. Lamelas” y alertando que el rol que le asigna excede lo diplomático: “podría designar tribunales él mismo”, ironizó, en una acusación directa de injerencia extranjera.

Ese nuevo escenario explica muchas de las decisiones recientes que en otro contexto resultarían insólitas. La salida de José Luis Espert de la lista de diputados nacionales no fue un error táctico local, sino una exigencia surgida en medio de presiones externas y escándalos que comprometían la frágil estabilidad del oficialismo. El vínculo de Espert con Fred Machado, empresario investigado por narcotráfico, lavado y fraude, con pedido de extradición de Estados Unidos, fue un golpe directo a la credibilidad del gobierno. El propio Espert reconoció haber recibido 200 mil dólares de una empresa minera ligada a Machado —a quien asesoraba económicamente— y admitió haber viajado en vuelos privados costeados por el empresario. Su apartamiento, según diversas fuentes, no fue una decisión interna: vino impuesto como parte del paquete de condiciones para sostener el apoyo financiero extranjero.

Mientras tanto, el recital-acto de Milei en el Movistar Arena no es sólo un show más: es la puesta en escena de un presidente que ya no decide solo, que busca mantener viva su narrativa pública mientras las verdaderas decisiones se toman en otros despachos, más discretos y más lejanos. La política del espectáculo funciona hoy como cortina de humo para encubrir la pérdida de poder real.

De aquí en más, todo indica que veremos a un Milei más showman y menos presidente. Lo vimos hoy: un jefe de Estado que dedicó su jornada completa a preparar y protagonizar un recital, mientras los resortes económicos y políticos de su gestión permanecen en pausa o en manos de otros. La transición ya ocurrió, aunque no haya sido formal: el poder se mudó de la Casa Rosada a las oficinas donde se negocia la continuidad del experimento libertario bajo tutela externa.

En síntesis, el 7 de septiembre marcó el final político del gobierno de Milei. Desde entonces, la Argentina asiste a un nuevo capítulo: el de un presidente convertido en figura mediática, sostenido por el relato y el espectáculo, mientras el mando efectivo parece haberse desplazado hacia fuera del escenario nacional.

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